Resumen:
En un país federal como la República Argentina las identidades regionales son una construcción histórica que abreva en los mismos orígenes de la constitución del Estado Argentino. Más aún,culturalmente, las identidades regionales son preexistentes y se remontan en los tiempos infinitos de la construcción de las generaciones que nos precedieron. El presente manifiesta aquellas vivencias que el consciente no reconoce pero que, instaladas en el subconsciente, permiten percibir los destellos de las profundas raíces en la que abreva la cultura. En el mundo que el sistema social decadente ha pergeñado para quienes viven el presente, el mundo de los espejismos de la tecnología y de los lugares impersonales de las relaciones impersonales, esos destellos del pasado están presentes y, tal vez, tengan más que ver con la recuperación del tejido social, de las relaciones de proximidad, de solidaridad nacional y del ejercicio de la identidad, más allá aún del conocimiento científico como condición necesaria pero no suficiente para la transformación social.
En este sentido, nuestro país, más allá del impacto de la migración, tiene la ventaja de integrar las culturas milenarias que muchas generaciones en búsqueda de su sustento y su organización social, siempre contradictorias, construyeron a través de los tiempos. El impacto de la migración, básicamente mediterránea, ha podido aportar mucho de la síntesis griega, oriental y latina que subyace en nuestras entrañas culturales, en una armónica síntesis con las culturas de los pueblos originales.
Además están los bárbaros de todos los tiempos…, los que circulan entre nosotros y los que vienen con sus máquinas de matar. Culturalmente efímeros, pero instantáneamente destructivos.
Muchas culturas y países cambiaron sus fronteras a través de los tiempos, muchas naciones se fragmentaron o fragmentaron sus territorios. Pero hete aquí que esta hipótesis no es aplicable en este momento histórico de Argentina, salvo como imposición de los bárbaros. No obstante, la hipótesis de esa imposición requiere decididamente de una consideración particular y, si bien en las bases de nuestra cultura están los anticuerpos contra el poder omnímodo de la superpotencia terrorista, es preciso disponer de una práctica concreta de bloqueo al designio imperial.
El capitalismo decadente comienza a alumbrar los vestigios de un profundo cambio social que requiere justamente de la unidad hacia el interior de nuestros países y entre los países de la misma condición en el mundo polarizado actual. La opción de lucha por facilitar las tendencias naturales de la superación de la crisis, la que sólo puede provenir de las naciones que han sido afectadas por el sistema polarizado mundial, cuya frescura cultural no está atada a las rutinas de los decadentes, es una opción válida e histórica frente a la hipótesis de ser fagocitados por las contradicciones del sistema decadente sostenido por el imperio.
Pero nuestras identidades regionales, siempre indispuestas con el poder central de los provincianos instalados en el lugar central nacional, no identifican sus posibilidades de desarrollo político, económico y social con la fragmentación del estado y el territorio. Identidades regionales y secesión son, entonces, realidades muy diferentes.
La secesión es un objetivo perverso que, no obstante, tratan de impulsar los corruptos agentes infiltrados entre nosotros por los bárbaros.