Resumen:
La guitarra española, que nos heredaron los viejos emigrantes españoles y que
también se hizo propia en estas latitudes australes de esta América morena.
Una guitarra que aún conserva muchas voces – traducidas en múltiples
afinaciones: 40 señalan los viejos entendidos que máximo han de ser, más que eso se
corre el riesgo que se lo lleve “el malo” – y que conserva también su vieja virtud de
alternar su gusto por acompañar el canto con una infinidad de rasgueos, que han ido
marcando nuestras nacionalidades, alternándose con la virtuosa costumbre de
acariciar sus cuerdas para hacerle brotar sonidos y melodías que, en íntimo y cómplice
secreto con sus viejos recuerdos, le permite adentrarse en sí mismo al guitarrero para
volver a ser mas y mejor de sí mismo. Compleja postura ontológica que siempre ha
movido al virtuoso guitarrero para hacer su música.
Su virtuosismo y la belleza de sus melodías, cuando esta en esta postura, no
tienen que ver con una afán de protagonismo ni de “robar cámara”. Tiene que ver con
esa necesidad del espíritu por recordar, hacer vibrar el corazón con lo que es suyo,
con lo que es querido, con lo que lo ata para tener sentido en esta tierra. Sólo el
sonido de su guitarra hace que eso sea posible.